Resignada, resiliente, desesperada, agonizante, indignada… Hay tantos términos que podrían definir el estado de ánimo fluctuante y al límite de la sociedad argentina actual como tipos de cotización de cambio de su moneda oficial -el peso- por dólares. Bienvenidos al país del tango, el asado, el fútbol, Maradona, Evita, el Papa Francisco, Messi y tantos otros íconos universales, que también es célebre por sus constantes crisis económicas y por la debacle cada vez más pronunciada de una tierra que -durante buena parte del siglo XX- fue llamada por sus riquezas “crisol de razas”, o “granero del mundo”.

El país sudamericano vuelve estas semanas a acaparar los titulares de los principales medios de comunicación internacionales. Como tantas otras veces, padece una crisis colosal, que es observada hasta con extrañeza por analistas de The Economist, Bloomberg y The New York Times, entre tantos otros.

El pasado mes, precisamente, NYT decidió enviar durante dos semanas a sus corresponsales en Sudamérica Jack Nicas y Ana Lankes a Buenos Aires. El objetivo fue que intentaran vivir el día a día como cualquier ciudadano de a pie argentino. Es decir, que cogieran metros y autobuses, que consumieran en bares y restaurantes, y que realizaran la compra en el supermercado. Nadie puede entender cómo los argentinos conviven con hoy con una inflación del 71 por ciento anual, y el experimento del periódico norteamericano consistió en hacer un testeo ‘en primera persona’ de este singular caso mundial.

Pero antes de reproducir algunas de sus ‘percepciones’, conviene repasar datos, cifras y hechos recientes que, aunque parezcan de ciencia ficción, son reales en el país sudamericano.

La sociedad argentina es, históricamente, la más adicta a comprar dólares estadounidenses de todo el globo. Mantiene una relación tóxica, obsesiva y enfermiza con esa moneda. No porque les excite la imagen de Benjamin Franklin en los billetes verdes, sino porque desprecian el peso, fruto de innumerables decepciones y depreciaciones continuadas en los últimos cincuenta años.

Tienen tanta divisa norteamericana guardada bajo los colchones, en armarios con doble fondo, en cajones secretos o en botes de azúcar de la cocina (porque tampoco creen en los bancos, en un escenario agudizado post-corralito de 2001), que en ese país es donde hay más dólares que en cualquier otro lugar fuera de EE.UU.  El Banco Central del país estima que los hogares argentinos y las empresas no financieras poseen más de 230.000 millones de dólares en activos financieros extranjeros, principalmente en moneda estadounidense.

Una depreciación infinita del peso, que ya no vale nada

Hace cuatro años, con 18 pesos un argentino compraba un dólar en el mercado cambiario negro o paralelo, el espacio al que suelen acudir desesperados porque el Gobierno les pone un cerrojo para impedir que cambien en los bancos, al valor oficial (solo permite que los ciudadanos compren 200 dólares cada mes ‘en blanco’). Hace un año, esa misma persona necesitaba 180 pesos para hacerlo. ¡Hoy requiere desprenderse de 300 para adquirir una unidad de dólar! Saque usted entonces la conclusión de cuánto se ha pulverizado el peso en menos de un lustro…

En Argentina ha reflotado desde 2019 todo el poder de Cristina Fernández, la viuda de Néstor Kirchner. Tras perder las elecciones presidenciales de 2015, ella se había recluido en el silencio abismal de la Patagonia argentina. “Era un cadáver político”, reconocen muchos analistas. Pero una penosa gestión económica de Mauricio Macri, su archienemigo y presidente del país entre 2016 y 2020, resucitó a la mujer y política más poderosa de la historia ‘gaucha’, tras Evita Perón.

Cristina (amada y odiada a partes casi iguales por una sociedad absolutamente dividida) volvió hace menos de tres años a la gran escena. Pero como sabía de los enconos que había generado con su estilo visceral del “vamos por todo” y sus inmensas causas judiciales abiertas aún por corrupción, ideó un plan maquiavélico, que en principio le dio resultado: colocó como candidato presidencial a quien fue el histórico jefe de ministros de su marido, Alberto Fernández. Estaban distanciados, porque durante mucho tiempo éste la había criticado con dureza, una vez muerto Kirchner. No obstante, su carácter más moderado hizo que Cristina lo eligiese. El plan era sencillo: para “las fotos” gobernaría él… pero ella mandaría en las sombras. Efectivamente, Alberto ganó. En los papeles él es el presidente y ella la vice, pero él se convirtió en un títere, y ella la ‘dama del poder’, una vez más.

Hasta hace pocas semanas, Cristina de Kirchner se dedicó a vapulear al (hoy ex) ministro de Economía Martín Guzmán, uno de los pocos que había elegido su delfín forzoso… Guzmán tenía un estilo dialoguista, predispuesto y conciliador para renegociar la deuda con el FMI, organismo al que Argentina le debe 44.000 millones de dólares… Es el principal deudor del organismo de todo el planeta.

Hasta Financial Times había elogiado a Guzmán: “Había dirigido exitosas reestructuraciones de deuda con acreedores privados y el FMI, pero era odiado por Fernández de Kirchner y sus aliados por negarse a gastar más”, señaló el medio en un reciente editorial, en el que agregaba: “Su salida privó al Gobierno de su única figura creíble”. Efectivamente, CFK consiguió derribarlo tras hacerle la vida (y la gestión) imposible. Guzmán renunció el pasado 2 de julio. Durante los siguientes 26 días, el valor del peso cayó un 26 por ciento. Le sucedió en el cargo la ignota Silvina Batakis (un nombre aceptado por Kirchner, tras la negativa de otros 6 economistas para asumir esas funciones): duró menos de 4 semanas en el cargo, ya que fue expulsada. Se convirtió en el 21 ministro de Economía argentina de la historia que duraba dos meses o menos en su cargo.

Hoy el ministro de Economía argentino es Sergio Massa, depositado en el cargo por Cristina, por más que durante muchos años fue un rival político de peso. Pero ella se ha encomendado a su suerte como último recurso para intentar llegar con alguna posibilidad a las elecciones presidenciales del próximo año. Alberto Fernández, mientras tanto, ya es solo un personaje de utilería y relleno, sentenciado y sin posibilidad alguna de seguir sobreviviendo políticamente más allá de 2023.

71% de inflación interanual, y tres dígitos hacia fin de año, según las previsiones

No lo tiene para nada fácil Massa: la inflación ha alcanzado el 71% interanual en julio, y llegará a los tres dígitos a fin de año. El IPC del pasado mes se desbocó un 7,4%. La deuda soberana, reestructurada hace menos de dos años por el propio Guzmán, está nuevamente cotizando a niveles de máxima tensión. Por ello, el Fondo ya le ha exigido a Massa que reduzca el déficit de manera urgente y apruebe políticas monetarias más estrictas.

Por otra parte, Argentina es el país “defaulteador permanente de Sudamérica” o que más ha entrado en default (cesación de pagos) de la región en toda la historia. “Sus recursos y riqueza naturales son inmensas y debería estar viviendo un boom pero, en cambio, está encaminada a uno de sus habituales colapsos”, señaló Financial Times recientemente

Por el escalofriante déficit del sector público, por permanecer fuera de los mercados internacionales luego del último default de 2020 que le impide financiarse, por emitir de manera imparable pesos y más pesos para cubrir la brecha (y más deuda doméstica a tasas de interés récord -la mayoría indexada a la inflación-) el país se encamina a la ruina, según otro reciente editorial del citado medio británico. No es la primera vez que ocurriría ni será la última. En 2001 el país entró en coma casi irreversible, con el corralito financiero. Logró salir, pero las crisis en Argentina son espasmódicas, cíclicas, crónicas… brutales.

De todos los parámetros y estadísticas que avergüenzan a Argentina, hay uno que para quien esto escribe es el más bochornoso y humillante. En el país de la carne por doquier, de los campos repletos de soja, de las materias primas infinitas para exportar al planeta, del emporio de los alimentos que llegaron en barcos a la España de la hambruna y posguerra civil, enviados por Juan Domingo Perón en el siglo pasado, el 37,2% de los habitantes hoy es pobre. Casi 20 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza. Esas son las estimaciones públicas, pero los relevamientos privados agudizan con espanto el panorama: encuestas como la de la Universidad Católica argentina cifran en más de un 40% la pobreza. Cada día 2.800 personas entran a engrosar las filas del hambre. En el primer trimestre del año la indigencia creció un 19,7%. Y hoy, uno de cada dos menores de 16 años en el país no tiene sus necesidades básicas de alimentación satisfecha. Es decir, pasa hambre.

Una de las economías más extrañas, imposible de comprender para el resto del mundo

Mientras naciones como EE.UU o España miran con pavor como sus habitantes padecen la inflación más elevada en décadas, que gira en torno al 9%, la pregunta nace por sí sola… ¿cómo hacen entonces los argentinos que respiran con una inflación diez veces superior, bordeando ya el 100%?

Eso llevó al New York Times a enviar a sus corresponsales a Buenos Aires. La semana pasada, el reportaje finalmente salió publicado, bajo el título: “¿Crees que el 9% de inflación es malo? Imagina el 90%”. Los periodistas reflexionan en esa pieza: “Mientras el mundo lidia con el aumento de los precios, un recorrido por Argentina revela que los años de inflación pueden originar una economía muy extraña”.

Los periodistas convivieron en las calles y en los despachos con economistas, políticos, granjeros, restauradores, agentes inmobiliarios, peluqueros, taxistas, cambistas, artistas callejeros, vendedores ambulantes, desempleados…

“Los argentinos han desarrollado una relación muy inusual con su dinero. Gastan sus pesos tan rápido como los obtienen. Compran de todo, desde televisiones hasta peladores de patatas, a plazos. No confían en los bancos. Apenas usan los créditos. Y después de años de aumentos constantes de precios, tienen poca idea de cuánto deberían costar las cosas”, señalan Jack Nicas y Ana Lankes.

No dudan en señalar que “su economía es imposible de comprender en casi cualquier otra parte del mundo. Los precios fluctúan tanto que en las últimas semanas muchas empresas han detenido las ventas para ver dónde se estabilizan los precios”, dicen los autores del artículo.

Solo Venezuela supera en inflación a Argentina en Sudamérica, pero sus niveles ya se asemejan a los de países de la África más pobre. En el historial negro del país, el pico más elevado de inflación sucedió a finales de la década del 1980. Durante un periodo caótico del final de mandato de Raúl Alfonsín, llegó a un casi increíble 3.000 por ciento. En 2018, con Macri, excedió el 30 por ciento. Pero ahora es el segundo pico más elevado de los últimos 50 años.

Del salario irrisorio de un médico a los 3.000 euros que cuesta un iPhone

El riesgo país está por las nubes, casi como en la época del corralito de Fernando de la Rúa. Un médico en Argentina gana 378 dólares, menos que una familia de 4 miembros subsidiada con planes sociales, en la que nadie trabaja. El apartado de subsidios y ayudas, precisamente, es una de las bolas de nieve que más ha crecido, de manera incontenible, en los últimos años. Solo en los primeros cinco meses, ese gasto estatal colosal (destinado no solo a parados, sino a madres desfavorecidas con hijos a cargo, familias numerosas sin ingresos declarados, piqueteros, miembros de organizaciones sociales afines al kirchnerismo y un inmenso abanico de figuras y colectivos adheridos que no trabajan) creció en términos nominales 130% en comparación con el mismo lapso de 2021, lo que representa, descontando el efecto de la inflación, un salto en términos reales cercano al 50 por ciento del gasto del presupuesto nacional.

Todo ello, con un telón de fondo escalofriante: gran parte de la economía es informal, con salarios en negro, sin altas registradas en la seguridad social, por lo que quienes aportan al sistema de manera oficial son cada vez menos.

El billete más grande de Argentina, el de 1.000 pesos, vale menos que el de menor circulación de la UE: equivale a 3,30 euros, frente al de 5 de aquí. Un iPhone puede costar más de un millón de pesos en tierras porteñas (más de 3.000 euros), el equivalente a 60 jubilaciones mínimas argentinas, que acaban de subir a 50.000 pesos (poco más de 150 euros mensuales). Pero Cristina de Kirchner cobra hoy 4.000.000 millones de pesos mensuales por su doble pensión de expresidenta y por ser viuda de un presidente. Eso equivale a lo que reciben 110 jubilados al mes. Ella mantiene graves pleitos abiertos por corrupción en la Justicia. El reconocido periodista argentino Jorge Lanata reveló en su programa la semana pasada, en un informe especial, que la corrupción de los Kirchner le costó perder al país 37.000 millones de dólares.

Mientras tanto, en el conurbano bonaerense, la zona más pobre y hacinada del país, los habitantes están regresando al sistema arcaico de trueques: cambian aceite por pañales, leche por azúcar… Esto recuerda a la recesión que acompañó a la corrida bancaria de 2001, cuando medio millón de personas se reunían regularmente en los llamados clubes de “trueque”. La posibilidad de que regresen es real.

Ante semejante escenario, Borges y Cortázar, Gardel y San Martín, y hasta el Quino de Mafalda llorarían desconsolados si se despertasen de sus tumbas. Pero también es verdad que el pueblo argentino tiene una asombrosa capacidad para levantarse entre los escombros, de volver entre las cenizas, de rearmarse hasta el próximo vendaval. La historia así lo demuestra. Habrá que ver si esta vez eso sucede…

POR SEBASTIÁN FERNÁNDEZ

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